(Marcos 3:25) Y si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer.
Les guste o no, el conflicto en el matrimonio es sencillamente inevitable. Cuando se casaron, no solo unieron sus esperanzas y sus sueños sino también sus heridas, sus temores, sus imperfecciones y su bagaje emocional. Desde que desempacaron luego de la luna de miel, comenzaron el verdadero proceso de «desempacarse» mutuamente y de hacer el desagradable descubrimiento de cuan pecadores y egoístas pueden ser. Tomado del libro: “El desafío del amor» p. 27”
En cierta ocasión hablábamos de hacer del conflicto el mejor aliado. Recuerdo que al expresarlo, los esposos presentes me miraron con expresión de… «¿es en serio lo que estás diciendo?». ¡ Pues sí! Lo digo en serio: en los momentos donde sufrimos esas tensiones, es precisamente ahí donde debemos aprender a sacar provecho de la situación.
Me refiero a que, es en los conflictos donde descubrimos esos asuntos íntimos que nuestro cónyuge va acumulando, donde podemos detectar necesidades primarias de él o ella y podemos así conocerle más.
Los conflictos en un matrimonio son normales. Recuerden que es en el matrimonio donde se conocen esas cosas que no se veían en el noviazgo, así que saquen provecho y conozcan a su cónyuge en estos episodios.
Jueguen limpio, observen en el conflicto la mejor manera de colocar toda la carne en el asador y aliviar cargas que pueden estar llevando; hágalo siempre con respeto y mucho amor, eviten sacar cosas que no vienen al caso, como insultos que pueden afectar el modo en que te ve tu cónyuge y así garantizar un conflicto saludable.
El reto de hoy consiste en depurar esa mala costumbre de emplear palabras y frases hirientes; determinen juntos reglas de juego saludable, algunas como: “En nuestro próximo conflicto evitemos decir que somos tontos”, o, “ninguno de los dos hablará en tono alto”. Realicen juntos la lista de reglas y notarán cómo el conflicto se convierte en una buena terapia para ambos.
Un servidor en Cristo; L. Felipe Torres M.
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